domingo, 23 de diciembre de 2012

La exclusión duele más en Navidad

 

Comparto este artículo de Eduardo Fidanza, publicado hoy en La Nación, porque resume algunas de las tensiones que quedan sobre-expuestas por esta fechas.

Acerca de los episodios de saqueos ocurridos en estos días, he escuchado a varios salames con alto rango gubernamental repetir la idiotez de que “robaban LCDs!”. Por favor, no sean cínicos ni tan idiotas, no pidan que el que participa de un saqueo respete a rajatabla la pirámide de Maslow. Hagan un esfuerzo por entender qué le pasa a la gente más allá del circulo áulico presidencial.

jcv

 

La exclusión duele más en Navidad

He escuchado a muchas personas -tal vez demasiadas- decir en estos días: "Uf, cuándo pasarán las Fiestas". La gente que expresa esta urgencia no desdeña las costumbres, pero se siente agobiada ante la dificultad de responder adecuadamente a una celebración social que enfatiza el amor y la paz. Quizá pocas fechas provoquen en los individuos sentimientos tan contradictorios como la Navidad. Y acaso la fuerza de esa contradicción provenga del modo en que el capitalismo de consumo y cierta religiosidad banal configuraron el 24 de diciembre.

Sin negar la alegría que pueda experimentarse, pareciera que el ícono de la familia sonriente reunida en torno a una mesa, con el arbolito cargado de regalos y el pesebre, cada día se compadece menos con las tensiones familiares, las desigualdades sociales, las diversas opciones de la sexualidad, la pérdida o inexistencia de la fe religiosa. Sin embargo, la presión del hecho social termina imponiéndose: el brindis y el intercambio de regalos, la amable foto de parientes, los fogonazos de la pirotecnia encuentran a la gente reunida más allá de su voluntad e intenciones. En esa escena algunos sienten gozo, otros padecen las incomodidades de la obligada impostura.

En cierta forma, la Navidad patentiza un problema cada vez más arduo: el del lugar y los vínculos. Resolver dónde y con quiénes pasaremos la fecha nos obliga a examinar nuestras coordenadas sociales y familiares, el estado civil, la calidad de la relación con los demás, el domicilio donde vivimos, las creencias que profesamos, cuánto nos acercamos o nos alejamos del ideal convencional de familia y del estatus socioeconómico que nos inculcó la educación. La Navidad moderna es la celebración de un nacimiento pobre, a la que no se puede ingresar sin tarjeta de crédito y aguinaldo. Es también la confrontación con una noción de familia ya desmentida por el censo. La cuestión del lugar y los lazos es omnipresente a estas horas. Detrás de las preguntas "¿Dónde lo pasarás?", "¿Con quién?", se tejen infinidad de historias y tensiones que es inevitable atravesar.

La cara oculta de la Navidad, la del desencanto y la secreta desesperación, la del deseo de que pase cuanto antes, la del encuentro forzado, obliga a pensar. ¿Será posible que un lugar por excelencia, histórico y cargado de sentido como la Navidad se esté convirtiendo en un "no lugar"? El antropólogo francés Marc Augé hizo célebre esta expresión, contraponiendo los sitios relacionales e históricos que proveen identidad con aquellos espacios anónimos de tránsito y contacto momentáneo, puntos de intersección de los flujos masivos de individuos que consumen bienes y se trasladan en el espacio. Aeropuertos, estaciones ferroviarias, hoteles, supermercados representan los "no lugares" emblemáticos de Augé. No somos allí únicamente personajes extraños en contacto involuntario con los demás. Estamos solos.

Se dirá, tal vez con razón, que comparar la Navidad con un "no lugar" es exagerado. Puede ser, pero no deja de representar una vía fructífera para pensar. Porque el anonimato y el extrañamiento ante las Fiestas tiene otra faceta, que excede las tribulaciones de la clase media: la desigualdad social, la inequidad distributiva, la explotación. Los saqueos en Bariloche y otras ciudades, más allá de si fueron organizados o no, muestran a los marginados reclamando un lugar del que la economía y la estigmatización social los despoja. Se ha dicho, con superficialidad, que no se tomaron alimentos, sino electrodomésticos, sin reparar en que la exclusión no sólo es de comida, sino de consideración social. Y en Navidad duele más.

¿Puede acortarse la distancia entre la Navidad banalizada y comercial y la Navidad histórica, sustantiva? ¿Es posible aliviar las tensiones, disminuir las diferencias emocionales y sociales? Humanizar las Fiestas será un efecto de humanizar la sociedad. Tarea colosal, que se nos escapa. Mientras tanto, cualquier mediación puede ayudar. Los que trabajan por la justicia social, los que son abiertos a las nuevas costumbres, los que no juzgan ni discriminan, los que perdonan, los que se alegran porque los niños disfrutan, los que sienten nostalgia por ese paraíso perdido que es la Navidad acaso la reconfiguren y humanicen.

Después de todo, Jesús nació en un "no lugar". Y quizá la asignatura pendiente de las religiones históricas, en las que nos educamos, consista en convertir aquel pesebre pobre y oculto en un lugar de encuentro e identidad.

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