martes, 31 de julio de 2012

Rio+20, Siria y el vacío global (II)

Luego de Rio+20 algunas cosas se han hecho muy evidentes. Una de ellas, es el vacío de poder y la ausencia de liderazgos. Y esto ocurre en un contexto donde lo que está en juego es muchísimo.

Debo reconocer que todo el proceso de Rio+20 ha sido para mi revelador de la profundidad de la crisis política que estamos atravesando y, a su vez, la ceguera con la que muchos no están mirando lo que ocurre. Me asombran los muchos que aún no perciben cabalmente lo que Rio+20 reveló.

Son varias las notas que escribí aquí sobre todo esto. De algún modo, esta es una segunda parte de “Rio+20, Siria y el vacío global”.

Quiero ahora destacar extractar un fragmento de una nota a Noam Chomsky que publica este domingo el Suplemento Enfoques, en La Nación. Luego una nota de opinión que se publicó ayer en ese mismo diario escrito por Moises Naim, desde una mirada más controversial, pero que permite entender la dimensión del vacío de poder o conducción. 

Cali

(fragmento de "La democracia debe sustituir la hegemonía de los EE.UU.")

-Pero, ¿cree que es esperable que el multilateralismo tenga éxito? Vemos estancamiento en Siria, la cumbre de Río fracasó, y en Europa, los líderes no parecen atinar a dar una respuesta contundente...

-En Europa hay más fallas de diseño. Las políticas de austeridad en la recesión casi con garantía dañarán a las economías, aunque el Banco Central Europeo está empezando a reconocer eso. Es una falla clasista que perjudica a la población y está desmantelando el contrato social. Los derechos laborales están siendo destruidos. El poder privado ha aumentado. No tiene que ser así, hay otras opciones. De hecho, Estados Unidos tuvo una política más progresista que Europa continental para responder a la crisis. Eso no es muy bueno, pero al menos es algo. Hubo medidas aquí para evitar la depresión. Y hay un crecimiento muy, muy lento. Europa es lo contrario, se dirige hacia una depresión. Ahora está cambiando, y se está hablando de hacer lo que debería haber hecho en primer lugar. Pero éstas son opciones. No son leyes de la naturaleza.

-¿Es optimista respecto del futuro?

-Si miro el mundo objetivamente, creo que será un milagro si los seres humanos sobreviven en un mundo decente dentro de cien años. No por lo que estamos hablando. Estas son cosas que se pueden solucionar. Creo que con mejores políticas se podrían mitigar algunos de estos problemas, tal vez cambiarlos radicalmente si hay, por ejemplo, un movimiento serio que se proponga trabajar en empresas que estén en manos de comunidades. Pero hay otros problemas que no son fáciles de solucionar. Podemos estar yendo hacia un precipicio. La cumbre de Río es un buen ejemplo. No pasó nada. Había aspiraciones muy bajas, y los resultados fueron irrisorios. Somos como lemmings caminando a un precipicio. Es un problema muy serio.

Opinión

Un nuevo desafío para el mundo: el fin del poder

Por Moises Naim,

¿Qué tienen en común el calentamiento global, la crisis de la eurozona y las masacres en Siria?

Que nadie tiene el poder para detenerlas. Cada una de estas situaciones ha venido deteriorándose ante los ojos del mundo. Las tres implican graves peligros y el sufrimiento de millones de personas. Sobre las tres hay ideas acerca de lo que se debería hacer. Y no pasa nada. Hay reuniones de ministros, cumbres de jefes de Estado, exhortaciones de personajes destacados, líderes sociales, políticos y académicos.

Y nada. Los medios nos dan angustiosas dosis de noticias que confirman que cada una de estas crisis sigue su rauda carrera al precipicio.

La dureza de los combates ha dejado Homs como una ciudad fantasmaEs como ver una película en cámara lenta, en la que un ómnibus lleno de pasajeros se dirige hacia el abismo y su conductor no frena ni cambia de dirección. El problema es que somos los protagonistas de esa película; en ese ómnibus viajamos todos. En el mundo de hoy todos somos vecinos y lo que pasa en otra casa -por más remota que parezca- nos termina afectando.

Pero mi metáfora es defectuosa. Supone que hay un conductor, y que los frenos y el volante del ómnibus funcionan. Sobre todo, supone que hay un conductor con el poder de frenar o de cambiar de rumbo. Basta con que lo quiera hacer.

Pues resulta que no es así. Para estas tres crisis -y muchas otras que nos amenazan- no hay un solo conductor, sino muchos. Y su número está creciendo.

Cada vez hay más conductores, o aspirantes a conductores, que si bien no tienen el poder de decidir en qué dirección y a qué velocidad debe marchar el ómnibus sí tienen el poder de impedir que se tomen decisiones con las que no están de acuerdo.

Rusia y China no pueden solucionar la crisis en Siria. Pero sí pueden vetar los intentos de otros países o de las Naciones Unidas para detener las matanzas.

Los líderes de las naciones europeas sumidas en una grave crisis económica no pueden enfrentarla con éxito sin la ayuda de otros países y entidades como el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional.

Pero si bien ni Angela Merkel ni los organismos financieros internacionales tienen el poder de solventar la crisis económica de Italia, España o Grecia, sí pueden bloquear el juego.

El problema del ómnibus europeo es que hay demasiados conductores y ninguno tiene suficiente poder para imponer el rumbo.

Evidencia

Lo mismo sucede con el calentamiento global. La abrumadora evidencia científica confirma que la actividad humana está calentando el planeta, lo cual a su vez produce variaciones extremas de frío y calor, de lluvias y sequías y otros cambios traumáticos en el clima. Si no disminuyen las emisiones de ciertos gases, las consecuencias para la humanidad serán desastrosas.

Y si bien para algunos es fácil ignorar la tragedia siria por muy remota o la europea por ajena, es imposible ignorar los efectos del cambio climático sobre todos nosotros y las generaciones que nos seguirán.

Estas tres crisis son una manifestación de una tendencia que va más allá de ellas y moldea muchos otros ámbitos: el fin del poder.

Esto no significa que el poder vaya a desaparecer o que ya no haya actores con inmensa capacidad para imponer su voluntad a otros. Significa que el poder se ha hecho cada vez más difícil de ejercer y más fácil de perder. Y que quienes tienen poder hoy están más constreñidos en su uso que sus predecesores.

El actual presidente de Estados Unidos (o de China) tiene menos poder que quienes lo precedieron en ese cargo. Lo mismo vale para el Papa, el jefe del Pentágono o los responsables del Banco Mundial, Goldman Sachs, The New York Times o cualquier partido político.

Vladimir Putin tiene hoy más restricciones como presidente de Rusia que las que tenía en su primer mandato o incluso como primer ministro, durante el turno que le dio a Dimitri Medvedev para que le cuidara la silla. Lo mismo sucede con Mahmoud Ahmadinejad o Hugo Chávez: hoy su poder -que es aún enorme- es más precario que antes.

El fin del poder es, en mi opinión, una de las principales tendencias que definirán nuestro tiempo. Sé que es una tesis controvertida y es el tema de un libro que he estado escribiendo y que debo terminar pronto. Por eso, ésta será mi última columna por un tiempo.

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