martes, 1 de septiembre de 2009

Buen Día Día

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Buen Día Día (1984), Miguel Abuelo

Miguel Abuelo es un faro de poesía y actitud, para todos aquellos barcos (metafóricamente) que prefieran no encallar en las costas de la “mediocracia”, es un grifo de poesía nacional y universal, de sentido.
Miguel era gaucho agitanado, era sofisticado criollo europeísta, era batucada y existencialista funky, pero sus versos son cercanos y profundos, vitalistas y provocadores. Cuando le conocí, llegaba con anteojos “culo de botella”, un libro y un puñado de letras alentadoras, entre las cuales recuerdo “El Gran Orinador” (que reescribió, para “Buen Día Día”, como, la deliciosamente panamericana, “Americano soy del Sur”) & Mundos-in-Mundos. Musicalmente, Miguel no se sentía sujeto por el compás cuadrado de las rockas argentinas, ni del tango. Venía con el compás gitano asimilado (que es de tres y es de cuatro, porque es un compás de doce), y era capaz de cantar “Se me olvidó que te olvide” acompañado por sí mismo, tenía conciencia afrocubana. Nunca supe, a ciencia cierta, si realmente había estudiado los compases y las armonías, si era un intelectual o un “maestro declamatorio declamador”, pero sus textos no dejan lugar a dudas: tienen un valor extraordinario, están “más allá del bien y del mal”, pero son superlativos, podía abrazar la esperanza de su pueblo (o del mundo) y convocar a los instintos y a la picardía carnívora. Qué profundidad tenía Miguel. Fundador de la psicodelia, de corazón underground, príncipe y mendigo.... generoso líder de nosotros. Claro que los textos de Miguel tienen que estudiarse en las escuelas. Pero Miguel no dejaba de recordar a los marginales, a los adictos, a los infectados, a los presos. Yo no puedo contar mucho de Miguel Abuelo, fui testigo de su vuelta al pago, espero haber colaborado con su renacimiento y su alegría, aunque me temo que, de a ratos, su poética, reveladora y genial, haya quedado en un segundo plano, detrás de su propio invento: una sola estrella de seis puntas, una invitación a cantar y a escribir, que pidió prestado (por segunda vez) el nombre a Leopoldo Marechal: Los Abuelos de la Nada. El rito iniciático, que cumplió sin sacrificio, fue leer El Banquete de Severo Arcángelo, ése fue el examen de ingreso. Vivimos cuatro años aventureros y musicales, creo que les pusimos color al país y a la música. También creo que los textos, el canto y la persona humana, no necesitan más explicación, ni introducción, que la obra en sí misma: investiguemos y descubramos a Miguel Abuelo, que cada día canta mejor.

Andrés Calamaro

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