domingo, 17 de febrero de 2008

Sal en las heridas

Las Malvinas en la cultura Argentina contemporánea

Acabo de terminar de leer el voluminoso estudio y análisis sobre la denominada “causa Malvinas” realizada por el politólogo y sociólogo Vicente Palermo. Realmente fantástico libro donde desmenuza con profundidad y en su vastedad los lugares comunes y las taras del pensamiento nacionalista vernáculo. Sin concesiones e intelectualmente atrevido, es a mi juicio lo mejor que se ha escrito acerca del conflicto de Malvinas, qué razones y sinrazones no llevaron a él, cuáles han sido las falsedades del discurso malvinero de entonces y ahora. El libro muestra una preocupación obsesiva para desmenuzar la “causa” Malvinas en toda su dimensión y a través de una cronología histórica exhaustiva. Como su autor señala “el examen de la causa y de todos los lugares comunes que la conforman y acompañan, nos permite una lectura de nuestro nacionalismo, de la identidad que nuestro nacionalismo nos propone, del mismo modo que la crítica de cada aspecto, de cada dimensión, nos ofrece claves para una propuesta alternativa de identidad, la del patriotismo republicano”.

Conocí a Vicente Palermo por su libro “La historia reciente. La Argentina en Democracia” (2004), luego por algunos de sus escritos durante el año 2006 a raíz del conflicto de las pasteras en el Río Uruguay. Este libro toca tangencialmente ese conflicto como ejemplo de la deformidad y ceguera que resulta de la vocación “unanimista” del nacionalismo al declarar tal conflicto como “causa nacional”. Sobre el conflicto de Fray Bentos le dedica su libro más reciente (y que ahora estoy leyendo).

Paso a copiar la presentación que Palermo hace sintéticamente de su libro:

“Se cumple un cuarto de siglo de la guerra de las Malvinas. Invito al lector a pensar sobre el conflicto que nos llevó a ella, y especialmente sobre la causa Malvinas, las experiencias, los anhelos, los valores y los sentimientos que dieron forma a esa causa que tanto nos habla de nosotros mismos. No es éste libro de análisis sin pasión sino de aquellos que comprometen profundamente al autor con su sociedad y donde entran en juego sus propios valores e ideales. El tema es doloroso porque está atravesado de viejas y nuevas heridas, todas abiertas. Y yo me dispongo a echar sal en esas heridas. No le voy a hacer fácil las cosas a quien recorra estas páginas, como no me ha sido fácil a mí escribirlas. Lo haré sin otro bálsamo que mi sentido del humor –en verdad sal y pimienta.

Hablar de Malvinas no es solamente hablar de la relación entre el archipiélago y la nación, y de concebir su relación con el mundo. Las virtudes de la cuestión Malvinas para encarnar nuestro nacionalismo no las comparte con ninguna otra --de allí su extraordinario valor. De manera tal que me ocupo aquí de la causa Malvinas para cuestionar a fondo formas de pensar, creer y sentir nuestra cultura e historia, nuestro presente y nuestro futuro, los modos de vincularnos entre nosotros y con el mundo”.

Finalmente quiero compartirles un fragmento del libro:

El interés nacional –trato de decirlo del modo más provocativo posible-- no existe. No hay un interés nacional predeterminado, de entidad platónica, y que, según las circunstancias, habría que tomarse el trabajo de detectar y “bajar a tierra”. El dictum célebre, “los países no tienen amigos permanentes, sino intereses permanentes”, es conceptualmente errado. Ciertamente, es bueno para los países tener amigos permanentes, pero en materia de intereses nada hay que se parezca a eso. Se pueden hacer esfuerzos para estabilizar algunas ideas, o líneas de acción, definidas y consensuadas (i.e. las así denominadas, a veces muy confusa y ambiguamente, políticas de Estado), y está bien que así sea, pero eso pertenece al mundo de la política, no al de las esencias. Hay, constantemente, multiplicidad de intereses legítimos y multiplicidad de opiniones encontradas sobre qué conviene hacer en bien del país. Estas opiniones podrán estar más o menos vinculadas con sectores sociales, fuerzas políticas, burocracias, mundos culturales, corrientes de pensamiento, intelectuales públicos, podrán tener mayor o menor influencia de origen externo, y los buenos argumentos, la suerte o la experimentación (resultado a su vez de la entrada en juego de diferentes recursos, entre los que se cuentan votos, liderazgo, dinero, prestigio, etcétera), podrán “mostrar” si algunas son más convincentes que otras para el país –en todo caso en un proceso jamás concluyente. Lo ilustro poniéndome a mí mismo como ejemplo: estoy convencido de que la Argentina tiene que revisar profundamente en un plano cultural y en uno político, las pautas dominantes en la cuestión Malvinas. Esto no supone considerarme defensor del “auténtico interés nacional”, que está esperando que los argentinos nos demos cuenta, o que el numerosísimo contingente de quienes no comparten mi punto de vista carezca de sensibilidad para detectarlo, o no esté integrado por argentinos de bien. Simplemente, se trata de discutir qué conviene hacer sobre la base de argumentos y valores, y conforme a reglas.

Pero, si el interés nacional es uno solo, como es tan común creer, y de lo que se trata es de oponer la verdad a la mentira y la corrección al error, entonces, la diversidad es prácticamente intolerable.



(desde Rosario, Bar El Cairo)

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